domingo, 15 de julio de 2012

CARTA DE BUENOS AIRES: ESTE ES MI PUEBLO


1. Como comunidad evangélica estamos agradecidos por la herencia recibida de quienes nos precedieron en la fe. Estamos agradecidos por los misioneros extranjeros que con grandes sacrificios trajeron la fe evangélica a nuestros países y por los primeros pastores y líderes latinoamericanos que nos ayudaron a vivir una religiosidad auténtica. Estamos agradecidos a todos los cristianos que desde sus comunidades, grandes y pequeñas, hoy se esfuerzan día tras día en proclamar el Evangelio a través de hechos simples y sencillos.
A todos ellos debemos nuestro presente.

2. Como cristianos latinoamericanos estamos comprometidos con nuestra cultura y llamados a ser agentes de transformación.
Vemos con preocupación que a pesar del crecimiento sostenido del cristianismo evangélico en la región, el Evangelio no ha logrado impactar significativamente en una sociedad abandonada en sus pecados de egoísmo, corrupción, autoritarismo, opresión, violencia e injusticia económica.
Reconocemos con preocupación la presencia de teologías y prácticas religiosas que resultan alienantes y que se constituyen en verdaderas negaciones del Evangelio. Nos preocupa la mercantilización de la fe, la manipulación de las conciencias, el autismo social y el abuso espiritual que se evidencian en grupos o iglesias que se autoidentifican como evangélicos. Reafirmamos la autoridad y responsabilidad de las comunidades eclesiales para juzgar y alertar sobre estos abusos a la luz de las Escrituras.   
Así como vemos que los pecados estructurales en América Latina no sólo han permanecido sino que se han profundizado, vemos que el mayor pecado está en el individuo, en su falta de amor y en el olvido del otro. Nos preocupan los pecados sociales en los que se manifiesta la opresión e indiferencia del opresor sobre el oprimido, pero nos horrorizan aún más las persistentes manifestaciones del pecado como la alienación de cada ser humano, frente a su prójimo y frente a sí mismo, sea de la condición social que fuere. 
Reconocemos nuestra responsabilidad sobre los problemas de nuestra sociedad, pues somos parte de nuestros pueblos y de nuestro tiempo.
Todos somos responsables de nuestra situación.

3. Creemos en la igualdad y dignidad de todos los seres humanos. Vemos al ser humano desde una perspectiva bíblica, en donde no existen preferencias ni idealizaciones de género, culturas, grupos étnicos o niveles sociales. Honramos la perspectiva de Dios, en la que toda la humanidad está en urgente necesidad de reconciliación a causa del pecado.
Sólo Dios y su justicia han abierto el camino para recuperar nuestra integridad como seres humanos creados a su imagen y semejanza.
La necesidad de reconciliación no se limita únicamente a los seres humanos, sino que alcanza también a toda la Creación.
Sólo en Jesús se encuentra la verdadera y completa reconciliación del ser humano y también de la Creación.

4. Ser iglesia es el resultado de la obra perfecta del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo la razón de su existencia y quien a partir de la experiencia de Pentecostés potencia a la Iglesia en su obra evangelizadora. Y es desde esta íntima relación que existe entre el Espíritu Santo y la Iglesia, que asumimos con responsabilidad nuestro rol de colaboradores al servicio de Dios.
Estamos persuadidos de que la presencia vivificadora del Espíritu Santo en la Iglesia es fundamental, y debe manifestarse en la vida devocional de las comunidades, en su adoración y en su testimonio ante la sociedad. Estas expresiones en la vida de la Iglesia son el disfrute anticipado y alternativo del reinado de Dios ya presente y aún por venir. Estas expresiones manifiestan nuestro modo de ser cristianos en el mundo.
Asimismo, la santidad de la Iglesia radica en la propia santidad de Jesucristo, quien debe ser también el modelo para su liderazgo. El liderazgo en la Iglesia representa al pueblo, por lo que el alcance de su responsabilidad va más allá de los límites de la propia iglesia institucional.
Nos preocupan los liderazgos que se apropian y pretenden manipular la vida de la Iglesia y de los pueblos. Rechazamos la imposición de modelos eclesiales, ya sean locales o extranjeros, que contradicen las enseñanzas bíblicas.
Nos alegramos por la gran mayoría de los líderes de América Latina que con humildad y sabiduría buscan la verdad y asumen con responsabilidad el ejercicio de sus ministerios.
El Espíritu Santo es quien nos da vida como Iglesia.

5. Estamos persuadidos de que la iglesia evangélica en América Latina debe volver a la centralidad de la predicación de la Palabra, como marca fundamental de la Iglesia verdadera.
Valoramos el regresar a la simpleza de una fe individual y a la vez comunitaria, que debe vivirse en la iglesia a través de la adoración bíblica, el culto celebratorio de carácter comunitario, el estudio profundo de la Palabra, y un ministerio integral capaz de llegar a las necesidades y el corazón de la comunidad. Reconocemos a la vez el peligro de que estas prácticas se tornen alienantes.
Adoramos al Jesús resucitado, que es rey poderoso, pero también adoramos al Jesús rey crucificado, que en su amor, decide asumir nuestra plena humanidad, con todo lo que ello significa. En el preocupante contexto de América Latina, tradicionalmente signada por la desigualdad y la injusticia, y tan humanamente  violenta, estas imágenes del rey crucificado y resucitado, nos llaman a responder radicalmente con acciones sociales y políticas, en obediencia a su señorío y propósitos eternos, y con un claro énfasis por las víctimas inocentes de los poderes económicos, políticos y culturales que injustamente los oprimen y marginan.
La obediencia se expresa en acciones concretas.

6. Pensar en el seguimiento cristiano nos remite a una persona: Jesucristo. Seguir a Jesucristo plantea, entonces, un sentido existencial en la fe del creyente, que a partir de las vivencias individuales que conforman nuestras propias historias, nos plantea recorrer nuevos caminos de Vida.
Seguir a Jesucristo representa tan sólo el inicio de un camino, pues el camino es precisamente éste: la búsqueda de un conocimiento íntimo y profundo de Jesucristo capaz de transformarnos a nosotros y a la comunidad en la que vivimos.
Entendemos que la gracia recibida en nuestra conversión nos ayuda a ver la magnitud y el alcance del poder transformador de Dios y su justicia, que no sólo deben ser creídos por el individuo, sino también vividos por nuestras comunidades en el seguimiento diario de Jesús. ¡Toda la Creación debe ser transformada!
En el seguimiento, el compromiso individual de cada uno de nosotros es esencial y necesario como aceptación de su señorío y como expresión de obediencia. Todos los creyentes somos llamados a ser colaboradores activos en la edificación de una Iglesia comprometida con la vida del Reino de Dios.
El alcance del seguimiento es tanto individual como comunitario, ya que modifica al sujeto y a la comunidad. No existe seguimiento individual sin el comunitario. No existe el seguimiento comunitario sin el individual.
Nuestro seguimiento ha de verificarse en acciones concretas semejantes a las del ministerio público de Jesús.
Seguir a Jesús demanda también compromiso.

7. Vemos que en las últimas décadas la iglesia evangélica en América Latina ha sufrido una gran transformación positiva. El foco de la iglesia ha mudado desde una predicación de la salvación, hacia una predicación del Reino de Dios, un concepto mucho más abarcador e inclusivo.
El Reino de Dios no se agota en la Iglesia, sino que va más allá de ella misma, la trasciende. La Iglesia, por lo tanto, no debe ser pensada como el campo excluyente de misión, pues entonces se agotaría en ella misma.
El Reino de Dios es la manifestación de la Missio Dei entre nosotros. La Iglesia, por lo tanto, debe ser pensada como mediación y signo que apunta hacia algo mucho más trascendente, profundo y transformador, que es el Reino de Dios como realización de la Missio Dei. Por el obrar del Espíritu Santo, la Iglesia, junto con toda la Creación, remite necesariamente al Reino y el Reino remite necesariamente a Dios.
Sin embargo, el Reino de Dios no es sólo trascendencia, sino que es inmediatez de una realización futura. Las realidades del Reino son también hoy, y debemos aprender a responder a ellas hoy.
En América Latina, toda la Iglesia participa por la fe en el anticipo que el Espíritu nos da del Reino de Dios.

8. El Reino de Dios nos llama a ser agentes de reconciliación, por lo que en forma individual y colectiva somos llamados a cambiar el foco de nuestra mirada: del ser humano hacia Dios.
Estar comprometidos con el Reino de Dios no es estar comprometidos con la Iglesia como un fin en sí mismo. Estar comprometidos con el Reino es trabajar y luchar desde la Iglesia para que Dios, su señorío y su justicia, sean una realidad tangible entre nuestros pueblos.
A partir de esta comprensión del Reino de Dios, el Señor en su soberanía puede hacer uso también de mediaciones políticas y sociales que no necesariamente son parte de la Iglesia, pero que en reglas generales comparten los mismos valores del Reino. Sin embargo, si bien ser ciudadano del Reino incluye la militancia social o política, al mismo tiempo la trasciende, pues se constituye en algo radicalmente diferente pues su motivación y alcance  existencial son distintos.
La vida abundante se encuentra únicamente en Jesucristo.

9. Creemos que las comunidades evangélicas, como parte de la cultura, estamos llamadas a trabajar activamente por la justicia del Reino. Como parte de este llamado, debemos aprender a vivir un Evangelio verdaderamente encarnado en las distintas problemáticas sociales, políticas y culturales de nuestra América Latina. El compromiso con el Reino es mucho más que el compromiso con la Iglesia.
Por este motivo es que debemos ser capaces de influir en nuestra sociedad, no sólo desde el testimonio diario de una vida cristiana, sino especialmente desde nuestra propia capacidad de alzarnos como voz profética en la denuncia del pecado y en el anuncio del Reino de Dios, con todas sus implicancias.
La voz profética requiere ser expresada desde la comunidad de fe, con la autoridad dada por la Palabra de Dios, y en el tiempo justo (kairós) de Dios. La voz profética pertenece a toda la Iglesia.
La proclamación y el anuncio de las buenas nuevas del Reino deben mostrar claramente a nuestros pueblos que existe una solución real y tangible a sus problemas, y que ésta ha sido provista por Dios en Jesucristo.
Con tristeza debemos reconocer que la mayor parte de la sociedad latinoamericana rechaza abiertamente nuestra forma de vida cristiana, por lo que esta constatación nos obliga aún más a testimoniar esa forma de vida desde el interior de nuestras propias comunidades. Entendemos, además, que los comportamientos de una ética del Reino de Dios, sólo pueden ser demandados a quienes son parte viva de ese Reino. La sociedad, muerta en sus pecados, sólo podrá responder en forma imperfecta a las demandas éticas del Reino, de no mediar una conversión del corazón de los hombres que la conforman.
En Dios está el poder de cambiar los corazones.

10. Encontramos que América Latina conserva un cúmulo de positividades que se manifiestan en la riqueza de su cultura, su historia, sus lenguas y sus costumbres. Estos elementos deben ser considerados para el establecimiento de una iglesia evangélica verdaderamente latinoamericana.
Hoy sentimos que la iglesia evangélica en América Latina es un solo pueblo de Dios, y nos alegran y maravillan las diversas formas que ella tiene para expresar su fe, tan variopintas, que son capaces de reflejar toda la complejidad de nuestro contexto latinoamericano.
Atentos a esta realidad, afirmamos que ningún grupo tiene el derecho de apropiarse y decir que es la voz de la iglesia evangélica en América Latina, pues esto no hace otra cosa que excluir y robar la voz a los demás.
Debemos recuperar todas las voces.

11. Nos gozamos en la diversidad de las tradiciones teológicas de America Latina y de los espacios de reflexión profundamente arraigados en la Palabra de Dios, profundamente comprometidos con la realidad y profundamente vinculados con la iglesia.
La iglesia evangélica en América Latina, aquella de la cual vale la pena hablar, no es únicamente aquella que se alinea detrás de determinados discursos teológicos. La iglesia latinoamericana la conformamos todos los evangélicos latinoamericanos.
Debemos, por lo tanto, trabajar por una recuperación positiva de las raíces, los aportes, la historia y las tradiciones evangélicas en América Latina. Desde su diversidad, todas han hecho un aporte monumental a América Latina.
Este es un valor que tiene que ser recuperado y vivido a partir de una mayor madurez y seriedad de análisis, pues sólo a partir de una recuperación de la teología evangélica existente podremos caminar juntos hacia una renovada teología, aún más evangélica, aún más latinoamericana.
La iglesia evangélica somos todos.

ESTE ES MI PUEBLO.


Los Encuentros de Participación han sido una serie de cinco debates realizados en Buenos Aires con el fin de analizar los temas del Cuaderno de Participación, un trabajo oportunamente presentado por los organizadores de CLADE V para guiar las actividades académicas previas al congreso de Costa Rica.
Las dos reuniones plenarias fueron moderadas por el Lic. Nicolás Panotto (FTL Núcleo Buenos Aires), y contaron con las invalorables exposiciones de los siguientes oradores visitantes: Dr. René Padilla (miembro fundador de la Fraternidad Teológica Latinoamericana), Dr. Ernesto Alers-Martir (Director Depto Educación Continua IBBA), Dr. Néstor Míguez (Teólogo – Profesor IU ISEDET), Dr. Alberto Roldán (Teólogo - Director de Postgrado FIET), Dr. Norberto Saracco (Rector de Facultad Internacional de Educación Teológica), Lic. Eduardo Tatángelo (Decano del Instituto Bíblico Buenos Aires), Dr. Carlos Villanueva (Rector del Seminario Internacional Teológico Bautista). 
Las tres reuniones de trabajo para la comunidad académica de IBBA fueron moderadas por el Lic. Eduardo Tatángelo (El Seguimiento de Jesús), Lic. Martin Scharenberg (El Reino del Dios de la Vida) y Dr. Horacio Piccardo (El Espíritu de la Vida).  

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