1. Como comunidad evangélica estamos agradecidos por la
herencia recibida de quienes nos precedieron en la fe. Estamos agradecidos por
los misioneros extranjeros que con grandes sacrificios trajeron la fe evangélica
a nuestros países y por los primeros pastores y líderes latinoamericanos que
nos ayudaron a vivir una religiosidad auténtica. Estamos agradecidos a todos
los cristianos que desde sus comunidades, grandes y pequeñas, hoy se esfuerzan día
tras día en proclamar el Evangelio a través de hechos simples y sencillos.
A todos ellos
debemos nuestro presente.
2. Como cristianos latinoamericanos estamos comprometidos
con nuestra cultura y llamados a ser agentes de transformación.
Vemos con preocupación que a pesar del crecimiento
sostenido del cristianismo evangélico en la región, el Evangelio no ha logrado
impactar significativamente en una sociedad abandonada en sus pecados de
egoísmo, corrupción, autoritarismo, opresión, violencia e injusticia económica.
Reconocemos con preocupación la presencia de teologías y
prácticas religiosas que resultan alienantes y que se constituyen en verdaderas
negaciones del Evangelio. Nos preocupa la mercantilización de la fe, la manipulación
de las conciencias, el autismo social y el abuso espiritual que se evidencian
en grupos o iglesias que se autoidentifican como evangélicos. Reafirmamos la
autoridad y responsabilidad de las comunidades eclesiales para juzgar y alertar
sobre estos abusos a la luz de las Escrituras.
Así como vemos que los pecados estructurales en América
Latina no sólo han permanecido sino que se han profundizado, vemos que el mayor
pecado está en el individuo, en su falta de amor y en el olvido del otro. Nos
preocupan los pecados sociales en los que se manifiesta la opresión e
indiferencia del opresor sobre el oprimido, pero nos horrorizan aún más las persistentes
manifestaciones del pecado como la alienación de cada ser humano, frente a su
prójimo y frente a sí mismo, sea de la condición social que fuere.
Reconocemos nuestra responsabilidad sobre los problemas de
nuestra sociedad, pues somos parte de nuestros pueblos y de nuestro tiempo.
Todos somos
responsables de nuestra situación.
3. Creemos en la igualdad y dignidad de todos los seres
humanos. Vemos al ser humano desde una perspectiva bíblica, en donde no existen
preferencias ni idealizaciones de género, culturas, grupos étnicos o niveles
sociales. Honramos la perspectiva de Dios, en la que toda la humanidad está en
urgente necesidad de reconciliación a causa del pecado.
Sólo Dios y su justicia han abierto el camino para
recuperar nuestra integridad como seres humanos creados a su imagen y
semejanza.
La necesidad de reconciliación no se limita únicamente a
los seres humanos, sino que alcanza también a toda la Creación.
Sólo en Jesús se encuentra la verdadera y completa reconciliación del ser humano y también de la
Creación.
4. Ser iglesia es el resultado de la obra perfecta del
Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo la razón de su existencia y quien a partir
de la experiencia de Pentecostés potencia a la Iglesia en su obra
evangelizadora. Y es desde esta íntima relación que existe entre el Espíritu
Santo y la Iglesia ,
que asumimos con responsabilidad nuestro rol de colaboradores al servicio de
Dios.
Estamos persuadidos de que la presencia vivificadora del
Espíritu Santo en la Iglesia
es fundamental, y debe manifestarse en la vida devocional de las comunidades, en
su adoración y en su testimonio ante la sociedad. Estas expresiones en la vida
de la Iglesia
son el disfrute anticipado y alternativo del reinado de Dios ya presente y aún
por venir. Estas expresiones manifiestan nuestro modo de ser cristianos en el
mundo.
Asimismo, la santidad de la Iglesia radica en la
propia santidad de Jesucristo, quien debe ser también el modelo para su
liderazgo. El liderazgo en la Iglesia
representa al pueblo, por lo que el alcance de su responsabilidad va más allá
de los límites de la propia iglesia institucional.
Nos preocupan los liderazgos que se apropian y pretenden manipular
la vida de la Iglesia
y de los pueblos. Rechazamos la imposición de modelos eclesiales, ya sean
locales o extranjeros, que contradicen las enseñanzas bíblicas.
Nos alegramos por la gran mayoría de los líderes de América
Latina que con humildad y sabiduría buscan la verdad y asumen con
responsabilidad el ejercicio de sus ministerios.
El Espíritu Santo
es quien nos da vida como Iglesia.
5. Estamos persuadidos de que la iglesia evangélica en
América Latina debe volver a la centralidad de la predicación de la Palabra , como marca
fundamental de la Iglesia
verdadera.
Valoramos el regresar a la simpleza de una fe individual y
a la vez comunitaria, que debe vivirse en la iglesia a través de la adoración
bíblica, el culto celebratorio de carácter comunitario, el estudio profundo de la Palabra , y un ministerio integral
capaz de llegar a las necesidades y el corazón de la comunidad. Reconocemos a
la vez el peligro de que estas prácticas se tornen alienantes.
Adoramos al Jesús resucitado, que es rey poderoso, pero
también adoramos al Jesús rey crucificado, que en su amor, decide asumir
nuestra plena humanidad, con todo lo que ello significa. En el preocupante contexto
de América Latina, tradicionalmente signada por la desigualdad y la injusticia,
y tan humanamente violenta, estas imágenes del rey crucificado y
resucitado, nos llaman a responder radicalmente con acciones sociales y políticas,
en obediencia a su señorío y propósitos eternos, y con un claro énfasis por las
víctimas inocentes de los poderes económicos, políticos y culturales que
injustamente los oprimen y marginan.
La obediencia se
expresa en acciones concretas.
6. Pensar en el seguimiento cristiano nos remite a una
persona: Jesucristo. Seguir a Jesucristo plantea, entonces, un sentido
existencial en la fe del creyente, que a partir de las vivencias individuales
que conforman nuestras propias historias, nos plantea recorrer nuevos caminos
de Vida.
Seguir a Jesucristo representa tan sólo el inicio de un
camino, pues el camino es precisamente éste: la búsqueda de un conocimiento
íntimo y profundo de Jesucristo capaz de transformarnos a nosotros y a la
comunidad en la que vivimos.
Entendemos que la gracia recibida en nuestra conversión nos
ayuda a ver la magnitud y el alcance del poder transformador de Dios y su
justicia, que no sólo deben ser creídos por el individuo, sino también vividos
por nuestras comunidades en el seguimiento diario de Jesús. ¡Toda la Creación debe ser
transformada!
En el seguimiento, el compromiso individual de cada uno de
nosotros es esencial y necesario como aceptación de su señorío y como expresión
de obediencia. Todos los creyentes somos llamados a ser colaboradores activos
en la edificación de una Iglesia comprometida con la vida del Reino de Dios.
El alcance del seguimiento es tanto individual como
comunitario, ya que modifica al sujeto y a la comunidad. No existe seguimiento
individual sin el comunitario. No existe el seguimiento comunitario sin el
individual.
Nuestro seguimiento ha de verificarse en acciones concretas
semejantes a las del ministerio público de Jesús.
Seguir a Jesús
demanda también compromiso.
7. Vemos que en las últimas décadas la iglesia evangélica en
América Latina ha sufrido una gran transformación positiva. El foco de la
iglesia ha mudado desde una predicación
de la salvación, hacia una predicación
del Reino de Dios, un concepto mucho más abarcador e inclusivo.
El Reino de Dios no se agota en la Iglesia , sino que va más
allá de ella misma, la trasciende. La Iglesia , por lo tanto, no debe ser pensada como el
campo excluyente de misión, pues entonces se agotaría en ella misma.
El Reino de Dios es la manifestación de la Missio Dei entre
nosotros. La Iglesia ,
por lo tanto, debe ser pensada como mediación y signo que apunta hacia algo
mucho más trascendente, profundo y transformador, que es el Reino de Dios como
realización de la Missio
Dei. Por el obrar del Espíritu Santo, la Iglesia , junto con toda la Creación , remite
necesariamente al Reino y el Reino remite necesariamente a Dios.
Sin embargo, el Reino de Dios no es sólo trascendencia,
sino que es inmediatez de una realización futura. Las realidades del Reino son
también hoy, y debemos aprender a
responder a ellas hoy.
En América Latina, toda la Iglesia participa por la
fe en el anticipo que el Espíritu nos da del Reino de Dios.
8. El Reino de Dios nos llama a ser agentes de
reconciliación, por lo que en forma individual y colectiva somos llamados a
cambiar el foco de nuestra mirada: del ser humano hacia Dios.
Estar comprometidos con el Reino de Dios no es estar
comprometidos con la Iglesia
como un fin en sí mismo. Estar comprometidos con el Reino es trabajar y luchar desde
la Iglesia para
que Dios, su señorío y su justicia, sean una realidad tangible entre nuestros
pueblos.
A partir de esta comprensión del Reino de Dios, el Señor en
su soberanía puede hacer uso también de mediaciones políticas y sociales que no
necesariamente son parte de la
Iglesia , pero que en reglas generales comparten los mismos valores
del Reino. Sin embargo, si bien ser ciudadano del Reino incluye la militancia
social o política, al mismo tiempo la trasciende, pues se constituye en algo
radicalmente diferente pues su motivación y alcance existencial son distintos.
La vida abundante
se encuentra únicamente en Jesucristo.
9. Creemos que las comunidades evangélicas, como parte de
la cultura, estamos llamadas a trabajar activamente por la justicia del Reino. Como
parte de este llamado, debemos aprender a vivir un Evangelio verdaderamente
encarnado en las distintas problemáticas sociales, políticas y culturales de
nuestra América Latina. El compromiso con el Reino es mucho más que el
compromiso con la Iglesia.
Por este motivo es que debemos ser capaces de influir en
nuestra sociedad, no sólo desde el testimonio diario de una vida cristiana, sino
especialmente desde nuestra propia capacidad de alzarnos como voz profética en
la denuncia del pecado y en el anuncio del Reino de Dios, con todas sus
implicancias.
La voz profética requiere ser expresada desde la comunidad
de fe, con la autoridad dada por la
Palabra de Dios, y en el tiempo justo (kairós) de Dios. La
voz profética pertenece a toda la
Iglesia.
La proclamación y el anuncio de las buenas nuevas del Reino
deben mostrar claramente a nuestros pueblos que existe una solución real y tangible
a sus problemas, y que ésta ha sido provista por Dios en Jesucristo.
Con tristeza debemos reconocer que la mayor parte de la
sociedad latinoamericana rechaza abiertamente nuestra forma de vida cristiana, por
lo que esta constatación nos obliga aún más a testimoniar esa forma de vida desde
el interior de nuestras propias comunidades. Entendemos, además, que los
comportamientos de una ética del Reino de Dios, sólo pueden ser demandados a quienes
son parte viva de ese Reino. La sociedad, muerta en sus pecados, sólo podrá
responder en forma imperfecta a las demandas éticas del Reino, de no mediar una
conversión del corazón de los hombres que la conforman.
En Dios está el
poder de cambiar los corazones.
10. Encontramos que América Latina conserva un cúmulo de
positividades que se manifiestan en la riqueza de su cultura, su historia, sus
lenguas y sus costumbres. Estos elementos deben ser considerados para el
establecimiento de una iglesia evangélica verdaderamente latinoamericana.
Hoy sentimos que la iglesia evangélica en América Latina es
un solo pueblo de Dios, y nos alegran y maravillan las diversas formas que ella
tiene para expresar su fe, tan variopintas, que son capaces de reflejar toda la
complejidad de nuestro contexto latinoamericano.
Atentos a esta realidad, afirmamos que ningún grupo tiene
el derecho de apropiarse y decir que es la voz de la iglesia evangélica en
América Latina, pues esto no hace otra cosa que excluir y robar la voz a los
demás.
Debemos recuperar
todas las voces.
11. Nos gozamos en la diversidad de las tradiciones
teológicas de America Latina y de los espacios de reflexión profundamente
arraigados en la Palabra
de Dios, profundamente comprometidos con la realidad y profundamente vinculados
con la iglesia.
La iglesia evangélica en América Latina, aquella de la cual
vale la pena hablar, no es únicamente aquella que se alinea detrás de
determinados discursos teológicos. La iglesia latinoamericana la conformamos todos
los evangélicos latinoamericanos.
Debemos, por lo tanto, trabajar por una recuperación
positiva de las raíces, los aportes, la historia y las tradiciones evangélicas
en América Latina. Desde su diversidad, todas han hecho un aporte monumental a
América Latina.
Este es un valor que tiene que ser recuperado y vivido a
partir de una mayor madurez y seriedad de análisis, pues sólo a partir de una
recuperación de la teología evangélica existente podremos caminar juntos hacia
una renovada teología, aún más evangélica, aún más latinoamericana.
La iglesia
evangélica somos todos.
ESTE ES MI
PUEBLO.
Los Encuentros de Participación han sido una
serie de cinco debates realizados en Buenos Aires con el fin de analizar los
temas del Cuaderno de Participación,
un trabajo oportunamente presentado por los organizadores de CLADE V para guiar las actividades académicas
previas al congreso de Costa Rica.
Las dos reuniones plenarias fueron moderadas
por el Lic. Nicolás Panotto (FTL Núcleo Buenos Aires), y contaron con las
invalorables exposiciones de los siguientes oradores visitantes: Dr. René
Padilla (miembro fundador de la Fraternidad Teológica
Latinoamericana), Dr. Ernesto Alers-Martir (Director Depto Educación Continua
IBBA), Dr. Néstor Míguez (Teólogo – Profesor IU ISEDET), Dr. Alberto Roldán
(Teólogo - Director de Postgrado FIET), Dr. Norberto Saracco (Rector de
Facultad Internacional de Educación Teológica), Lic. Eduardo Tatángelo (Decano
del Instituto Bíblico Buenos Aires), Dr. Carlos Villanueva (Rector del
Seminario Internacional Teológico Bautista).
Las tres reuniones de trabajo
para la comunidad académica de IBBA fueron moderadas por el Lic. Eduardo
Tatángelo (El Seguimiento de Jesús), Lic. Martin Scharenberg (El Reino del Dios
de la Vida ) y
Dr. Horacio Piccardo (El Espíritu de la
Vida ).
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