Durante el encuentro del 20/4/12 el Dr. René Padilla mencionó al Dr. Samuel Escobar y su protagonismo en el desarrollo del concepto de Misión Integral. Lo que sigue es la memorable presentación de Samuel en
el Primer Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE I) celebrado en Bogotá en 1969.
Dr. Samuel Escobar |
Es un síntoma de madurez cristiana
el hecho de que un Congreso de Evangelización tenga en su agenda el tema de la
responsabilidad social de la
Iglesia. Se revela aquí un saludable cambio de actitud dentro
de las filas evangélicas. Se trata de una toma de conciencia impostergable si
es que de veras vamos a cumplir con nuestra misión, con la comisión del Señor,
en estas tierras convulsionadas por el hambre, la explosión demográfica, las
injusticias sociales flagrantes, la corrupción administrativa y la violencia en
sus diversas formas.
El tema es vasto y múltiples sus
facetas, pero debemos limitarnos debido al tiempo con que contamos y a la
naturaleza de este congreso. En consecuencia, son necesarias dos aclaraciones
en cuanto a la presente ponencia.
En primer lugar debemos hacer
profesión de fe evangélica y bíblica. El autor desea destacar que trabaja
dentro de un movimiento interdenominacional que sostiene una base de fe, la
cual incluye las doctrinas fundamentales de la fe evangélica. Hasta aquí en
América Latina ha habido tendencia a identificar la preocupación por lo social
con el liberalismo teológico, o con un enfriamiento en cuanto a la tarea
evangelizadora. Debemos de una vez por todas acabar con esa confusión
lamentable. Existe suficiente base en la historia de la Iglesia y en las
enseñanzas de la Palabra
de Dios para afirmar rotundamente que la preocupación por la dimensión social
del testimonio evangélico en el mundo no es un abandono de las verdades
fundamentales del Evangelio, sino que es más bien un llevar hasta sus últimas
consecuencias las enseñanzas acerca de Dios, Jesucristo, el hombre y el mundo,
que forman la base de dicho Evangelio. Esta tesis intentaremos desarrollar en
el presente trabajo.
En segundo lugar, nos hemos
propuesto presentar el tema dentro del contexto. de la evangelización y
referido a ésta. Debido a ello sólo podremos esbozar algunos problemas y
aspectos fundamentales. Sin embargo, es importante destacar que entre los
evangélicos existe un malentendido que contrapone evangelización y acción
social, como si una excluyera a la otra. Sostenemos que una evangelización que
no toma nota de los problemas sociales y que no anuncia la salvación y el
señorío de Cristo dentro del contexto en que viven los que escuchan, es una
evangelización defectuosa que traiciona la enseñanza bíblica y no sigue el
modelo propuesto por Cristo, quien envía al evangelizador.
I. Breve referencia histórica
El descuido de los evangélicos
frente al tema de la responsabilidad social se explica por razones históricas.
La mayoría de nuestras iglesias provienen de misiones surgidas en el mundo
anglosajón desde el siglo pasado, con un notable incremento luego del fin de la I Guerra Mundial. En
algunos casos la teología o más bien la mentalidad pietista de estas misiones
llevó a concebir la vida cristiana como separada del mundo. La hostilidad del
ambiente católico o semipagano agudizó esta "separación". De esta
manera varias esferas de la vida de los creyentes quedaron desvinculadas de su
fe. Por otro lado, el rechazo del mundo significó una separación de aspectos
importantes de la cultura de su país.1
Pero quizás lo que afectó más
nuestra actitud fue la polémica entre fundamentalismo y modernismo desde
comienzos de este siglo, y el rechazo del fracasado "Evangelio
Social".2 Se llegó a identificar toda preocupación por los problemas
sociales y políticos como intento de introducir "el evangelio
social", y al final se llegó al punto en que se disculparon la falta de
compasión y obediencia como actitudes de "defensa de la fe".
Como Carl F. H. Henry ha
demostrado, esto era una corrupción de la lucha evangélica por la ortodoxia,
una peligrosa tergiversación de su intento original. Basta una cita para
comprobarlo. En el último tomo de la famosa colección de libros i.e. Fundamentals,
"libros que jugaron un papel muy importante en la lucha contra el
modernismo” el Prof. Charles Herman decía:
Un
verdadero Evangelio de la gracia es inseparable de un Evangelio de las buenas
obras. No se pueden divorciar las doctrinas cristianas de los deberes
cristianos. Con la misma claridad con que define la relación entre Cristo y el
creyente, el Nuevo Testamento define la relación entre el creyente y los
miembros de su familia, los vecinos en su comunidad y los conciudadanos en su
país. Necesitamos poner un énfasis renovado, hoy en día, en las enseñanzas
sociales del Evangelio y debemos hacerlo nosotros que aceptamos la totalidad
del Evangelio y no dejar que esas enseñanzas las interpreten y apliquen
solamente aquellos que niegan lo esencial del cristianismo...
Y agregaba más adelante:
Hay
quienes se sienten muy cómodos con lo que consideran predicación ortodoxa
aunque saben bien que sus riquezas provienen de negocios sucios y de la
opresión del pueblo. La supuesta ortodoxia de tal predicación es probablemente
defectuosa en sus afirmaciones acerca de las enseñanzas sociales del evangelio.
Se puede ser un bandido y un pirata social y todavía creer en el nacimiento
virginal y en la resurrección de Jesucristo.3
Estas son palabras escritas allá
por 1911, por un precursor del fundamentalismo bien entendido.
Así pues, las razones históricas
explican nuestro descuido pero se impone una toma de conciencia y una
corrección. A pesar de ello hay otro sentido en el cual una mirada a la
historia nos hará bien. En lo que se refiere a la dimensión social del
testimonio cristiano ha habido un retroceso paralelo al crecimiento de las
iglesias. Los observadores no evangélicos que procuran interpretar nuestra
presencia en América Latina han mostrado que los evangélicos tuvieron
inicialmente un impacto social.4 Estuvieron, por ejemplo, a la vanguardia de la
reforma agraria en Bolivia; de la atención hospitalaria en ciertas zonas como
el área andina; de la educación popular en Argentina, Perú, México o Cuba; de las
libertades civiles y en particular la religiosa; de la lucha a favor del
indígena y sus derechos, y de varias causas más.
Por un lado ciertas misiones
tuvieron un interés definido en la labor social, estableciendo, por ejemplo,
colegios cuya fama e influencia son ya parte de la tradición educativa de
ciertos países. Debiéramos cuidarnos de la tentación de arrojar la primera
piedra cuando se trata de juzgar esa tarea precursora. Por otro lado se puede
observar que misiones que no tenían interés en lo social terminaron por
establecer instituciones de servicio abrumadas por la urgencia de los problemas
que confrontaban. Hasta podría decirse a veces que aun en misiones muy
conservadoras sobre este asunto, los misioneros de comienzos del siglo
mostraron mayor sensibilidad a las necesidades. Pareciera como si el
crecimiento de las iglesias y denominaciones hubiese concentrado la atención en
la maquinaria eclesiástica misma, cerrando los ojos ante las necesidades del
mundo, acallando la compasión en un típico proceso de aburguesamiento.
Un aspecto más del impacto social
del Evangelio fue la subida en la escala social. Se observa en muchos casos que
comenzando en los estratos bajos de la sociedad, en el curso de una o dos
generaciones, el Evangelio ha producido cierta movilidad social hacia arriba.
Es así como el hijo de padres evangélicos casi analfabetos puede llegar hasta la Universidad gracias al
cambio que Cristo operó en su padre al convertirse. ¿Hasta dónde han tomado
nota las iglesias de esta realidad? De hecho no se ha desarrollado
adecuadamente la enseñanza del principio "a quien se haya dado mucho,
mucho se le demandará", en su aplicación a la responsabilidad social del
cristiano.
El momento particular en que vive
América Latina es un momento de revolución, de rápidos cambios sociales, de
transformación. La presión social de las masas marginalizadas que encuentran en
los intelectuales y estudiantes sus intérpretes, no ha podido ser acallada ni
por todo el aparato militar y policial en nuestros países. La agitación política
encuentra en ella un campo fértil para todo tipo de extremismo. Las recetas
económicas o sociales contenidas en el credo de nuestros hermanos anglosajones
no funcionan en esta explosiva realidad. Esta hora nos toma por sorpresa con
preguntas para las que no tenemos respuesta aunque hace rato que debiéramos
haber empezado a considerar. El desajuste entre generaciones que aflige a las
iglesias más antiguas es una clara muestra que no tenemos respuestas para las
preguntas de hoy, y nuestros mejores jóvenes se van a buscarlas en otros
lugares.
Aunque sea una caricatura, creemos
que es muy elocuente la síntesis que hizo un joven evangélico de la situación.
En el pasado nos han dicho que no
nos preocupemos por cambiar la sociedad porque de lo que se trata es de cambiar
a los hombres. Los hombres nuevos cambiarán la sociedad. Pero cuando los
hombres nuevos empiezan a preocuparse por cambiar la sociedad se les dice que
no se preocupen, que el mundo siempre ha estado mal, que nosotros esperamos cielos
nuevos y tierra nueva y que este mundo está condenado a la destrucción ¿para
qué intentar mejorarlo? Lo malo es que quienes esto enseñan disfrutan muy
tranquilos de todas las ventajas que este mundo pasajero les ofrece y las
defienden con pasión cuando parecen en peligro.
II. La misión de la iglesia y el contexto
social
Sin duda que en este Congreso voces
autorizadas destacarán los diversos aspectos de la misión evangelizadora de la Iglesia , su urgencia y sus
consecuencias. Sin embargo, a riesgo de despertar controversias y siguiendo a
la teología evangélica, debemos afirmar que la evangelización es una de las
tareas de la Iglesia ,
que no es la única tarea de la
Iglesia y que no termina en la proclamación. La comprensión
de la evangelización como tarea central no debiera llevarnos a cerrar los ojos
a las otras tareas urgentes: la enseñanza de "todo el consejo de
Dios" tendiente a que los creyentes progresen hacia la "madurez en
Cristo"; el culto corporativo como expresión de la comunión en Cristo; el
servicio mutuo y el cultivo de aquel tipo de relación que hace de la comunidad
cristiana una expresión visible de la acción del Espíritu en las vidas de los
hombres. Es decir: marturia, koinonia y diaconía. La Iglesia es más que una
proclamadora, hábil en la comunicación de contenidos mentales: es la expresión
visible de la verdad que proclama.
Uno de los trabajos más valiosos
del Congreso de Evangelización de Berlín destacó precisamente esta importante
vinculación entre la vida de la
Iglesia y la evangelización.
En el Nuevo Testamento la
evangelización no parece haber sido nunca una "cuestión debatida". Es
decir, no se encuentra a los apóstoles instando, exhortando, regañando,
planeando y organizando programas evangelísticos. En la iglesia apostólica la
evangelización era algo que se daba por sentado, y funcionaba sin técnicas ni
programas especiales. Simplemente sucedía... Brotando sin esfuerzo de la
comunidad de los creyentes como la luz brota del sol, era automática,
espontánea, continua, contagiosa...San Pablo no exhortaba repentinamente a sus
iglesias a suscribirse para la propagación de la fe; le interesaba mucho más
explicarles qué es la fe, y cómo deben practicarla y guardarla..."5
Resulta evidente la artificialidad
de enseñar técnicas de comunicación del mensaje desvinculadas de un énfasis
primero en la vida del cristianismo y el testimonio total de la comunidad
cristiana. Y ese testimonio de la comunidad cristiana no se da en el aire, se
da en el mundo, en barrios concretos, de ciudades concretas, de sociedades
concretas. Se da no a hombres en abstracto, sino a hombres de carne y hueso que
viven dentro de determinadas estructuras sociales, que sufren, gozan, se
ilusionan y se desilusionan, luchan y esperan.
En cuanto estudiamos el Nuevo
Testamento a la luz de su contexto social percibimos la forma en que los
autores apostólicos son perfectamente conscientes del mundo en que viven y son
bastante precisos en su enseñanza sobre cómo vivir la fe dentro de las
realidades y las instituciones de ese mundo. Los pasajes didácticos del Nuevo
Testamento cuando no se ocupan de la exposición teológica se ocupan en gran
medida de las obligaciones y relaciones sociales de los creyentes. Mucho menos
atención dedican, por ejemplo, a los deberes religiosos o al ejercicio de la
piedad.6
Es así como moviéndonos alrededor
del tema de la evangelización podemos al mismo tiempo examinar las pautas para
la realización de nuestra responsabilidad social. Nuestra pauta es Cristo,
quien es también nuestro Evangelio, el poder y la sabiduría de Dios para
nosotros, el que por su Espíritu mora en nosotros aquí y ahora, en este agitado
1969 en América Latina.
III. El camino de la encarnación
"Como me envió el Padre, así
también yo os envío". Comentando sobre la aplicación de estos versículos,
en los estudios bíblicos del Congreso de Berlín, el pastor John Stott dijo:
Me
atrevo a asegurar que aunque estas palabras representan la forma más simple de la Gran Comisión , son
al mismo tiempo las que expresan mayor profundidad, las que nos redarguyen más
poderosamente y también, por desgracia, las más olvidadas. En estas palabras,
Jesús nos dio no solamente un mandato de evangelizar ("el Padre me envió,
yo os envío a vosotros") sino también una norma de evangelización...
("Como el Padre me envió, así también yo os envío"). La misión de la Iglesia en el mundo es ser
como Cristo en todo. Jesucristo fue el primer misionero y toda nuestra misión
se deriva de El".7
Esta es la verdad maravillosa de la
encarnación. Dios se hizo hombre. El Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros. Jesús no cumplió su misión desde lejos. Lo vemos como un niño que
nace y crece. Como un hombre que vive las peripecias de miembro de una clase
social desfavorecida en un país colonizado y explotado. No se trata de un dios
disfrazado para hacernos creer que es hombre. El mismo Juan que pone énfasis en
su deidad nos describe la realidad de su humanidad. No sería posible su tarea
redentora sin esta identificación, este vivir como hombre en medio de los
hombres. Amigo de publicanos y pecadores, los recibe, come con ellos, sin
intentar defenderse de las consiguientes acusaciones. Es este el Señor que nos
envía. Y es así como nos envía.
Enviados por él somos también
hombres en medio de los hombres. Vivimos en una sociedad determinada, sometidos
a las leyes humanas, a las contingencias y peripecias a que están sometidos
todos nuestros conciudadanos terrenales. Aunque la verdad es que tenemos que
admitir que hemos cedido muchas veces a la tentación de separarnos de nuestra
sociedad y no identificarnos con ella. Todavía no existe un monasterio
protestante en América Latina, pero la mentalidad de monasterio sí existe. Hay
quienes sueñan con formar "barrios evangélicos" o sistemas de
educación en los que desde la cuna hasta la tumba el hijo de creyentes sea
protegido del mundo. Decía el pastor Stott:
Yo
creo personalmente que nuestro fracaso en obedecer las implicaciones del
mandato "así también yo os
envío" constituye la más trágica debilidad de los cristianos evangélicos
en el campo de la evangelización hoy en día. No nos identificamos. Creemos tan
fuertemente en la proclamación (y muy justamente), que tendemos a proclamar
nuestro mensaje a la distancia. A veces parecemos gente que da consejos sobre
la seguridad de la playa a hombres que se están ahogando. No nos echamos al
agua para salvarlos. Nos espanta tener que mojarnos, además ello implica muchos
peligros. Olvidamos que Jesucristo no envío su salvación desde el cielo. Nos
visitó con gran humildad.8
Intentemos, por tanto, bosquejar
algunas consecuencias del mandato del Señor relacionadas con nuestra
responsabilidad social.
1. La Iglesia es un grupo
social. El hecho de que es el pueblo de Dios no quita que sea un grupo
compuesto de seres humanos, que adopta formas de conducta social y estructuras
de relación como las del medio en que vive. Las iglesias pueden por ello
convertirse en iglesias de blancos con teología segregacionista, iglesias de
clase media con mentalidad y hábitos burgueses. Por ello también pueden
convertirse en grupos de presión dentro de la sociedad manipulados para fines
políticos. Por ello también pueden convertirse en una especie de
"quistes" extraños al cuerpo social en que viven, difundiendo una
cultura, formas de vestir o de divertirse extrañas a su medio ambiente. Este es
un peligro que va ligado al hecho de que seguimos siendo hombres entre los
hombres.
Hay que tomar conciencia de él
precisamente para combatirlo. Hay que aprender a distinguir entre lo que es bíblico
y fundamental y aquello que es sólo reflejo de la realidad social y cultural.
Precisamente el énfasis en lo que es esencial en el llamado y misión de la Iglesia es el correctivo
contra el condicionamiento sociológico, pero hay que reconocer que éste existe.
2. Identificación con lo
latinoamericano. Por las razones históricas ya mencionadas frecuentemente
nuestras iglesias han vivido dentro de una sub-cultura anglosajonizada. Con qué
frecuencia hemos observado entre nuestros líderes y pastores un total
desconocimiento de la literatura, el folklore y la historia de América Latina.
Observadores agudos han señalado el fenómeno de imitación del misionero que
lleva a muchos a hablar con los mismos defectos lingüisticos que éste o a
opinar sobre economía y política siguiendo servilmente la opinión del misionero.
Tenemos que aprender a ser hombres de nuestro pueblo y de nuestra época. No se
trata aquí de ese falso nacionalismo, el chauvinismo que utiliza la bandera de
lo nacional para cubrir ambiciones egoístas. Se trata de tomar conciencia de
que Dios nos ha puesto aquí y ahora.
En la evangelización esto significa
que percibimos que los hombres y mujeres que escuchan nuestros mensajes no
tienen obligación de entender esos discursos copiados a Spurgeon, Moody o
Meyer. Estos grandes predicadores fueron grandes precisamente porque
respondieron a la realidad de su tiempo. Copiarlos servilmente es
desfigurarlos. Quien haya leído atentamente libros de ilustraciones queda
sorprendido por la cantidad de alusiones a Lincoln, Franklin, Washington o los
reyes de Inglaterra. Para el evangelizador hurgar en nuestro pasado y en
nuestra cultura de hoy es tarea urgente, es responsabilidad social y
evangélica. Hablando de la aplicación de este principio al misionero, Eugenio
Nida ha dicho:
La
identificación que se requiere no es imitación sino una efectiva participación
como miembro de la sociedad. Para participar eficazmente no es necesario negar
la herencia cultural propia "lo que en verdad es imposible aunque se
proponga uno hacerlo" sino emplear ese caudal en beneficio de toda la
comunidad a la que uno se ha integrado.9
Y esto nos lleva a un nivel más
profundo de la identificación.
3. El Evangelio no es una ideología
de la clase media. Si miramos atentamente la estructura social latinoamericana,
notamos de inmediato que hay algunas capas que no estamos tocando con el
mensaje de Jesucristo: la aristocracia terrateniente o la alta burguesía
industrial, las edites culturales ("intelligentsia"), los obreros
organizados, ciertos sectores amplios del estudiantado y las masas campesinas.
Somos o nos volvemos rápidamente iglesias de clase media con mentalidad de
clase media.10 Me atrevería a afirmar que inclusive iglesias que
sociológicamente no son de clase media, desarrollan una mentalidad de clase
media.
Hubo un momento en América Latina
en que se pensó que las clases media tenían un papel clave para el futuro. El
curso de los acontecimientos ha producido un desengaño en este sentido. Por un
lado la clase media es un sector no muy grande de la población: 13% en Bolivia,
15% en Brasil, 39, 7% en la
Argentina , 31% en Uruguay. Por otro lado ha optado por un
camino de dependencia mental y estructural de las oligarquías a tal punto que
un observador otrora entusiasta (1955) del papel de la clase media escribe
menos de una década después (1964): "La clase media es cada vez menos un
factor de cambio social y entra a formar parte de la vasta parasitología
latinoamericana".11 Serán otros los grupos o clases sociales que
promoverán el cambio. Y precisamente a ellos no está alcanzando el mensaje del
Evangelio. ¿Por qué?
Predicamos un mensaje que llama a
los hombres al arrepentimiento y a la nueva vida en Cristo. Nuestros sermones y
tratados piden a los borrachos que dejen el alcohol, a los ladrones y
delincuentes que dejen la mala senda, a los hijos desobedientes que respeten a
sus padres. Prometemos a los neuróticos que encontrarán paz espiritual y a los
desequilibrados psíquicos que hallarán la fuente de la tranquilidad. ¿Y qué
dice nuestro mensaje a los explotadores de los indios, a los capitalistas
abusivos, a los policías venales y corruptos, a los políticos sucios? ¿De qué
se tienen que arrepentir los "bueno muchachos" (es decir los
"jóvenes ricos") de nuestras iglesias? ¿No es un pecado, o la
manifestación del pecado, esa indiferencia cómoda ante el sufrimiento de las
masas de nuestro continente o de ciertos sectores olvidados? Se han puesto de
moda los "desayunos presidenciales" y las reuniones con autoridades.
¿Han alzado alguna vez los evangélicos una voz profética en ellos? ¿No estamos
más bien procurando granjearnos las riquezas y privilegios de corazones no
arrepentidos entre los poderosos, garantizándoles que el Evangelio producirá
obreros que no hagan huelga, estudiantes que canten coritos en vez de pintar
paredes con lemas de lucha social, guardianes de la paz al precio de la
injusticia? No nos extrañe entonces que aquellos corazones sensibles al dolor
de nuestro pueblo, a la miseria, a la injusticia, en vez de ser agitados por el
mensaje revolucionario de Cristo que cambia el corazón más negro, se vayan tras
los agitadores de cualquier ideología de moda. No nos extrañe entonces que en
ciertos países tantos jóvenes evangélicos se hayan hecho guerrilleros y no
quieran saber nada más con la
Iglesia. ¿Sobre quien caerá la sangre de ellos?
Un ejemplo más de nuestra falta de
presencia y encarnación en toda la realidad latinoamericana es nuestra actitud
ante el problema de la población. El hambre y el sufrimiento tienen que ver con
el crecimiento pavoroso de la población. Pero ésta no es la única causa, si
somos honestos. Es también la pésima distribución de la riqueza y la estructura
injusta. Muchos evangélicos se han embarcado con entusiasmo en los programas de
promoción del control de la natalidad, como forma de labor social. Ello es loable
en mi opinión. Pero sería bueno ver igual entusiasmo para combatir las otras
causas del hambre. No lo vemos. Creo que la razón es simple. En el control de
la natalidad son "los de abajo" los afectados. Si se molestan no nos
inquieta mucho. En el caso de la distribución injusta de la riqueza o de las
estructuras obsoletas, nuestra acción o nuestra opinión molestaría a "los
de arriba". Hemos hablado y escrito acerca de Juan Hus o de Juan Wiclif,
precursores evangélicos de la
Reforma. ¿Nos hemos dado cuenta hasta qué punto la labor
evangélica de estos hombres estuvo vinculada a ese sentimiento nacional (inglés
y bohemio) que luchaba contra el imperialismo de aquellos días? ¿Por qué el
mensaje de ellos arraigó entre las masas? No era un evangelio descarnado.
Con todo esto no queremos decir que
sea pecado pertenecer a la clase media. Queremos decir que el mensaje de Cristo
no puede ser reducido a las preferencias, conveniencias e intereses de la clase
media. Nuestra "encarnación" en la totalidad de la sociedad
latinoamericana nos llevará a sentir el inconformismo de los estudiantes, el
ansia de justicia y pan de los campesinos y obreros, el antiamericanismo de las
élites cultas. Porque por todos éstos también murió Cristo, porque no podemos
admitir que están "sociológicamente predestinados" a no oír el
Evangelio.
4. El Evangelio no es un programa
social y político. No se trata, entiéndase bien, de que las iglesias
evangélicas tienen que proponer a la América Latina un programa político. No es esa su
misión. El mensaje de salvación debe llegarle a cada uno en su circunstancia
mostrando cómo el pecado afecta todas las esferas de la vida y las relaciones
entre los hombres. El mensaje también debe demostrar cómo la entrega personal a
Jesucristo transforma la vida de cada uno, de modo que los efectos de la
conversión son visibles en la sociedad en que el creyente vive. ¿De qué quiere
salvarme Jesucristo y para qué? Esto sí lo tienen que predicar bien claro los
evangélicos, en buen castellano, en lenguaje asequible, no en la jerga propia
de alguna secta esotérica.
Al predicar, Juan el Bautista
(Lucas 3:8-14) exigía evidencias del arrepentimiento antes del bautismo:
"Pórtense de tal modo que se vea claramente que han cambiado de
actitud...", y luego era muy concreto en cuanto a lo que cada cual debía
hacer. A unos militares interesados les dijo algo que sonaría muy adecuado a
nuestro tiempo: "No le quiten nada a nadie, ni por amenazas ni acusándolo
de lo que no ha hecho; y confórmense con su sueldo". El Señor Jesús fue
igualmente concreto en sus demandas a aquellos a quienes llamaba. Las epístolas
son notablemente claras también. Santiago es muy preciso en sus indicaciones a
esa incipiente clase media a la que dirigió su epístola. ¡Qué abstractas suenan
a veces nuestras versiones del Evangelio!
He visto recientemente despertar la
conciencia social y política en algunas misioneras argentinas que fueron al
norte de su país a vivir en medio de los indios para llevarles el mensaje de
Cristo, No se han dedicado a hacer política en el sentido tradicional del
término, pero han tenido que revisar sus conocimientos de educación cívica,
hablar valientemente con las autoridades, predicar en contra de la
discriminación, comenzar una pequeña industria. Mi propia congregación otrora
típicamente impermeable a la dimensión social del Evangelio ha vibrado al oír
lo que está pasando. Creo que también recientemente algunos entienden el porqué
de la labor social de los misioneros británicos que desde hace tiempo trabajan
en una zona cercana, el porqué no es posible ir, abrir un local y ponerse a
recitar textos conforme a las mejores reglas de la hermenéutica.
Así pues, si la Iglesia lleva hasta sus
últimas consecuencias el ejemplo de Cristo en la encarnación, no podrá menos
que hacerse consciente del contexto social y político dentro del que se mueven
los que escuchan el mensaje, predicará un mensaje pertinente, dejará de ser un
club de gente feliz de clase media, dejará de ser un monasterio o un quiste
cultural extranjerizante.
IV. El camino de la Cruz : entrega y servicio
"El Hijo del Hombre no vino
para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por
muchos" (Mateo 20:27). El amor de Dios no se conoce sólo en la encarnación
de Cristo, en su venida a morar entre los hombres. Su obra aquí termina en la
cruz, en el sacrificio expiatorio para la salvación del hombre pecador. Esto
también es parte central del Evangelio. El camino de la exaltación que da a
Cristo el Señorío final pasa por la humillación y el sacrificio de la cruz. Hay
un camino semejante para el discípulo de Cristo, para el enviado como Cristo.
"En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros;
también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que
tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él
su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?" (1 Juan 3:16-17). Sobre
esto comenta Stott en Berlín:
...desde
luego que la muerte vicaria de Jesús en su significado expiatorio fue algo
absoluto y único. Sin embargo, hay un sentido secundario en el que nosotros
también somos invitados a morir en favor de la misma gente que queremos servir.
No es hasta que el grano muere que lleva fruto...Hemos de estar dispuestos a
ofrecer nuestras vidas a los demás, no sólo en martirio, sino también en un
servicio de sacrificio y negación...12
Es interesante que el contexto en
el que Jesús define su vida como una misión de servicio que culmina en la
muerte sea un contexto referido al poder y el prestigio. Algunos ven a la Iglesia como una potencia
política o quieren transformarla en ello. Es una tentación antigua y hemos de
estar en guardia contra ella.
1. Poder político y espíritu de
servicio. El Reino de Cristo no es de este mundo. No es un reino que se impone
a los hombres luego de haber conquistado el poder político. La Iglesia de Roma es
fundamentalmente la que ha sucumbido a la tentación de crear una "sociedad
cristiana" desde arriba, conquistando el poder político. América Latina
tiene una triste historia de alianzas entre el poder político y la religión, y
hay muchos que sospechan que tras el izquierdismo de los "nuevos
católicos" hay, una vez más, la vieja tentación de promover la revolución
para luego cabalgar sobre ella. Los evangélicos están cayendo en la misma
tentación por dos vías diferentes.13
Primero, la vía del extremismo de
izquierda que en ciertos sectores del protestantismo latinoamericano dice que
hoy ya no es necesario predicar el Evangelio, que lo más importante es hacer la
revolución izquierdista, que esa es la forma de ser cristiano hoy. Tras esta
posición hay errores teológicos y políticos de fondo. Segundo, yerran también
los que afirman que mientras sean una pequeña minoría los evangélicos nada
pueden hacer en el campo social o político, y que por ello ahora hay que
dedicarse a predicar, hasta que seamos una mayoría que se imponga es decir que
imponga una "política evangélica" por el peso de los votos. En ambos
casos se busca simplemente el acceso al poder y no se concibe una vía de acción
que no suponga primero la toma del poder.
Esta misma tentación ha llevado a
veces a los evangélicos a "hacerle el juego" a la derecha
oligárquica. En ciertos países la
Iglesia de Roma tiene sectores izquierdistas muy activos.
Ello los está poniendo en abierta oposición con regímenes conservadores, que en
algunos casos han llegado a la abierta ruptura. Tales regímenes en su deseo de
probar que son "occidentales y cristianos" empiezan entonces a
cortejar a los evangélicos, a mandar generales o funcionarios a los cultos, a
ofrecer ventajas a los otrora despreciados protestantes. Los evangélicos no
debieran dejarse manejar ni prestarse a juegos políticos de este tipo. Pero a
veces la ingenuidad o el deseo de prestigio los llevan a un regocijo
indiscriminado ante tales "aperturas". Otras veces es ese infantil
anticomunismo que lleva a cerrar los ojos ante la miseria y la injusticia, y a
sospechar de todo el que habla de cambios.
El camino de Cristo es el del
servicio. Su muerte nos lleva también a la muerte a quienes creemos en él. A la
muerte y a la nueva vida (Romanos 6:1-14; Colosenses 2:9-23; Gálatas 2:20). Esa
nueva vida significa una actitud nueva ante Dios y el prójimo, una nueva manera
de ver las cosas. El hombre salvado ha empezado a vivir una nueva vida que no
es más la de un "hombre lobo del hombre", egoísta e interesado en su
propia felicidad, su propio bienestar, su propia "salvación". Tenemos
que profundizar más en la dimensión total del cambio que Cristo opera. Nuestro
Evangelio es falso si da a entender que, luego del encuentro con Cristo y la
conversión, el propietario sigue haciendo lo que le da la gana con su
propiedad, el capitalista deja de fumar o ser adúltero pero sigue explotando a
sus obreros, el policía reparte nuevos testamentos en el cuartel pero sigue
torturando a los presos para arrancar confesiones, los jóvenes revoltosos se
convierten en buenos chicos que terminan pronto su carrera para poder casarse y
dar su diezmo, para que la
Iglesia pueda edificar un templo lujoso con aire
acondicionado, alfombras y cortinas de terciopelo.
Cristo no vino a predicar una
revolución armada para romper las estructuras injustas. Pero esperaba de sus
discípulos una conducta revolucionaria caracterizada por el espíritu de
servicio y sacrificio. Tal cosa sólo es posible si el hombre permite que Dios
lo cambie, si se convierte. No convirtamos el Evangelio en un método para
"ser feliz y vivir sin preocupaciones".
2. Las múltiples oportunidades de
servicio. Las tremendas necesidades de todo orden en nuestras tierras presentan
múltiples oportunidades de servicio. En los campos de la educación, la salud,
la atención a sectores marginalizados, la ayuda técnica y otros mil, los
estados latinoamericanos no están en condiciones de atender adecuadamente las
crecientes demandas de la población. A nivel personal o de grupo basta
simplemente dar una mirada alrededor para verlo, en todo país y sociedad.
El servicio en sentido cristiano
tiene casi siempre carácter sacrificial. No se trata de esperar a que nos sobre
para dar. Se trata de dar la vida misma, lo que es parte de uno,
"gastarse" en términos paulinos. Y se trata de un dar inteligente, de
un servicio a la medida de las propias posibilidades y de las necesidades. Ha
llegado la hora de que los evangélicos estudian cooperativamente las
necesidades en su país y luego hagan inventario de sus recursos y de cómo
unirlos para servir mejor. Este carácter sacrificial e inteligente del servicio
es parte de la madurez espiritual a la que hay que aspirar. Las nuevas
generaciones evangélicas deben ser desafiadas en sus iglesias a darse a una
vida de servicio, a recordar que mucho han recibido y mucho se les demandará.
Esto significa que una parte importante de la "preparación" y
"entrenamiento" de nuestra juventud, para la vida cristiana, será
conocer las necesidades de su propio país a las que ellos pueden acudir con el
apoyo de sus congregaciones, o en una selección adecuada del lugar donde
ejercitarán su profesión u oficio.
El servicio no siempre tiene el
carácter "asistencial" a que hasta aquí hemos hecho referencia.
Campos como el de la información, el periodismo, la interpretación de las
noticias, la actividad editorial, la docencia universitaria, no han sido
adecuadamente explorados por los evangélicos como campos de servicio. El
orientarse sólo hacia carreras que son económicamente ventajosas (actitud muy
burguesa, por cierto) ha impedido que se vea una contribución creadora de los
evangélicos en tales campos. Sólo un espíritu de servicio puede orientar
vocaciones hacia esas labores.
3. Dimensión social del servicio.
Hay dos conceptos básicos que deben ser ventilados a este respecto. En primer
lugar el hecho de que vivimos en una sociedad más compleja, mucho más poblada y
radicalmente diferente de la sociedad en que vivieron Jesús y los apóstoles, o
de la del Antiguo Testamento. Nuestra interpretación de la Escritura entonces tiene
que tomar en cuenta esa diferencia y entender lo que significa la obediencia a la Palabra en el contexto
latinoamericano de hoy. Esto quiere decir que hoy en día, "dar de comer al
hambriento" puede significar no sólo dar un pan a un mendigo sino también
introducir técnicas modernas de cultivo del trigo en una comunidad campesina de
los Andes. Quiere decir que "dar un vaso de agua" puede significar
para un grupo de universitarios evangélicos instalar un pozo artesiano o un
sistema de riego en un pueblo de la selva del Brasil. Esto quiere decir también
que en la Biblia
no están las respuestas particulares para los complejos problemas de una
sociedad industrial o preindustrial como las nuestras. Parte del servicio
cristiano puede ser precisamente explorar las posibilidades que la técnica y la
ciencia van poniendo a nuestra disposición. Poner los adelantos técnicos en
manos de los necesitados es también una forma de servicio cristiano, ¿por qué
no?
En segundo lugar es fundamental que
entendamos que la sociedad es más que la suma de individuos. Es ingenuo afirmar
que sólo basta con tener hombres nuevos para que haya una sociedad nueva.
Verdad es que todo hombre nuevo debe hacer cuanto esté a su alcance para que el
mensaje transformador de Cristo llegue a todos sus conciudadanos. Pero también
es verdad que precisamente los hombres nuevos necesitarán a veces transformar
las estructuras de la sociedad a fin de que sean menos injustas, a fin de que
hagan menos fácil la maldad del hombre para con el hombre, la explotación. La
lucha contra la esclavitud, por ejemplo, en la cual los evangélicos tuvieron
parte destacada14 tuvo por un lado la acción evangelizadora que transformó a
algunos comerciantes de esclavos, la enseñanza del principio de la igualdad
entre los hombres según la
Biblia ; pero también tuvo, por otro lado, la acción política
inteligente de un grupo evangélico del Parlamento británico durante veinte
años.
El servicio cristiano implica
también, entonces, actividades cuyo fin es influir sobre la condición y el
comportamiento del hombre estructurando su medio ambiente.15 Estas van desde el
voto consciente del ciudadano corriente hasta la participación en la acción
social y política. La contribución específicamente evangélica sería el espíritu
de servicio con que se da tal participación. La política latinoamericana
necesita una buena dosis de ese espíritu. Cuando las circunstancias lo
demandan, la participación inteligente puede implicar también una acción
revolucionaria en lo político. Si esta palabra y esta idea nos resulta
repelente y sorpresiva, debemos preguntarnos ¿qué posición habría correspondido
a los evangélicos en las guerras de nuestra independencia? ¿Quién de nosotros
hubiera preferido el status quo colonial?
4. Servicio y evangelización. El
servicio no es evangelización. Los hombres, cualquiera sea su clase social,
condición económica o color político necesitan saber que Dios les ama y que
Cristo les ofrece el camino de regreso a Dios. Ricos y pobres, capitalistas y
proletarios, militares y políticos necesitan oír el llamado al arrepentimiento
y la fe. El anuncio de estas buenas nuevas por la predicación, el testimonio
personal, la literatura, la distribución de la Biblia , etc., es algo que
corresponde siempre, aquí y ahora a todo creyente. Pero el que evangeliza tiene
una vida diferente. Es alguien que ha aprendida a servir. Es carta viva que
muestra 1a verdad y aplicabilidad del mensaje que anuncia. No podemos separar
la proclamación del Evangelio de la "demostración" de ese Evangelio.
Son diferentes, pero ambas son indispensables.
Es decir, el servicio cristiano no
es optativo, no es algo que podemos hacer si queremos. Es la marca de la nueva
vida. "Por sus frutos los conoceréis."Si me amáis, guardad mis
mandamientos". George B. Duncan dijo a este respecto en Berlín:
...tres canales de comunicación
están abiertos al Evangelio: "lo que hemos oído", sugiere la
comunicación audible; "lo que hemos visto" sugiere la comunicación
visible; "lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos del Verbo de
vida sugiere lo que podríamos llamar la comunicación tangible del
Evangelio".16
Si somos de Cristo, tenemos el
Espíritu de servicio de Cristo, hemos dejado de ser egoístas, "lobos del
hombre". Nuestra nueva actitud es la evidencia de nuestra experiencia
espiritual. Por ello resulta ociosa la discusión de si debemos evangelizar o
promover la acción social. Ambas cosas van unidas. Son inseparables. Una sin la
otra son evidencia de defecto en la vida cristiana. Por ello resulta ocioso y
hasta "jesuítico" intentar justificar nuestras empresas de servicio
al prójimo alegando que "nos sirven" para la evangelización. Dios
está igualmente interesado en nuestro servicio y en nuestra tarea
evangelizadora. No tengamos mala conciencia por nuestras escuelas, hospicios,
centros asistenciales, centros de estudio, etc. Si en ellas evangelizamos, ¡en
buena hora! Pero no las usemos como medio de coacción para implantar el Evangelio.
No hace falta. Por sí solas son expresión de madurez cristiana.
Actividad política y
evangelización, acción social y evangelización, servicio a la comunidad y
evangelización. Eso es síntoma de madurez y evidencia de la nueva vida. Son
símbolo de la muerte a la vieja vida y evidencia de la nueva. Todo lo que
cuestan en esfuerzo, sacrificio, desprecio, persecución por causa de la
justicia, demuestra que estamos crucificados con Cristo y que no sólo somos
expertos en la crucifixión.
V. La resurrección y la esperanza cristiana
Pero entonces se nos plantea la
pregunta acerca de la validez que tiene el luchar por establecer un mundo mejor
si sabemos que este mundo está condenado a la destrucción. Con el Nuevo
Testamento afirmamos inequívocamente que esperamos cielos nuevos y tierra
nueva, que el Reino de Dios no es una utopía que el hombre construirá por su
propio esfuerzo. Cristo lo establecerá al volver triunfante. Pero ese Reino no
es sólo algo futuro. La victoria de Cristo ha sido ya ganada en la resurrección
y la cruz; él triunfó sobre la muerte. La manifestación final y total del
Señorío de Cristo y el Reino de Dios es lo que anhelamos y esperamos:
"Venga tu Reino". Pero los que así confesamos nuestra esperanza somos
ya testigos de la acción de su poder en nuestras vidas, ya hemos resucitado con
Cristo, ya anhelamos hacer cada día la voluntad de Dios, como esperamos que un
día se haga en toda la tierra, en toda la creación redimida. (1 Corintios 15;
Efesios 1:15-2:10; Colosenses 3; 1 Pedro 1:3-5).
No se puede negar que la esperanza
escatológica llena las páginas del Nuevo Testamento. Tampoco se puede negar que
las exhortaciones a una conducta social diferente y elevada en la relación con
el prójimo son también una constante del Nuevo Testamento. Sólo podemos
entender la dinámica de la esperanza cristiana si relacionamos esos dos
elementos. La obediencia a las demandas éticas, en lo individual y social, del
Nuevo Testamento es por fuerza sal y luz que hace un mundo menos malo. Ya hemos
visto que esta obediencia es imperativa, no es optativa. Cristo es Señor, no se
puede tenerlo sólo como Salvador. Pero con todo no creemos que la
evangelización del mundo o nuestro testimonio cristiano van a establecer el
Reino de Dios sobre la tierra. Eso lo establecerá Cristo a su tiempo. La
garantía de ese triunfo final es la victoria de la resurrección en la que
creemos porque si no seríamos los más miserables de todos los hombres. Las
consecuencias de esto para nuestra responsabilidad social son decisivas.
1. La dinámica de la nueva vida. Es
el poder de Dios manifestado en la resurrección el que nos da a nosotros la
nueva vida que hemos descrito como vida de servicio y obediencia a Cristo. Es
obra de Dios, no humana (Romanos 8:11). Las tremendas demandas del discipulado sólo
Dios puede realizarlas en nosotros por su Espíritu. Es esa potencia de Dios la
que nos hace elevarnos por encima de todo condicionamiento sociológico. Es ese
poder de Dios el que nos hace recorrer la segunda milla. Sólo en la continua
dependencia de él es que podemos vivir en el mundo sin ser del mundo.
Es la falta de fe la que lleva al
monasticismo y a la separación antibíblica del mundo. Es el temor de que el
mundo nos manche. El resultado ha sido una espiritualidad descarnada que sólo
es posible en el invernadero protegido del "ghetto" evangélico. Si la
vida espiritual no aguanta el impacto de las tentaciones a que está sometido el
político, ¿dónde está el poder de la resurrección? Es fácil dogmatizar acerca
de la maldad de los políticos cuando no se ha intentado ser bueno allí, en
medio de ellos. Este retirarse del mundo ¿no será una desvirilización de la
vida cristiana?17
2. La inconsecuencia evangélica. Ha
habido momentos en que los creyentes han sentido con más agudeza la inminencia
de la venida de Cristo. Quizás momentos de crisis en lo social y político o de
frialdad espiritual y apostasía en la Iglesia. La sinceridad se este sentir la
inminencia de la vida se nota en la conducta frente a las realidades
materiales. Estos creyentes se deshicieron de sus posesiones en forma a veces
dramática.18 Destaquemos su sinceridad porque ella es un contraste con la
actitud de aquel que usa la idea de la venida del Señor como disculpa para no
cumplir las exigencias del Evangelio. Cuando personas que viven bien, que
construyen sólidos templos para que duren siglos y que atiendan con esmero sus
negocios, le hablan de la esperanza cristiana al pobre que se queja, al
político que lucha por cambios sociales o al estudiante atraído por la lucha
social, hay una inconsecuencia. Llegados a este punto, creo que muchas veces se
cede a la tentación de convertir el Evangelio en "opio del pueblo".
Eso es como darle un folleto de evangelización a un hambriento y protestar
porque se come el folletito.
El correctivo bíblico de esta
actitud lo tenemos en la clara enseñanza del apóstol Pablo de que creer en la
venida del Señor y su inminencia no lleva a andar desordenadamente, sino a
cumplir con las exigencias del Evangelio (2 Tesalonicenses 3:6-15). "Que
todos les conozcan a ustedes como personas bondadosas. El Señor está
cerca" (Filipenses 4:5 V. Popular).
3. Presencia del Reino y espera del
Reino. Los ciudadanos del cielo vivimos dentro de reinos terrenales, con sus
estructuras sociales en las cuales muchas veces advertimos claramente la
influencia satánica. Sin embargo, proclamamos que Cristo es Señor: aunque por
ahora sólo algunos lo reconocen como tal, su señorío es un hecho que pronto
todos verán. Este mismo Señor nos enseña a respetar a las autoridades
terrenales de los reinos en que vivimos y a demostrar, en nuestra conducta para
con ellos, quién es nuestro verdadero Señor. Aceptamos el estado y la
estructura social como parte de la provisión de Dios para que el hombre pueda
todavía vivir sobre la tierra mientras dura el tiempo de "la paciencia de
Dios". Pero nuestra aceptación no es incondicional porque si el César pide
lo que es de Dios no se lo daremos. Sabemos también que es Dios quien quita y
pone reyes y gobernantes, y que toda esta estructura es provisional.
Lo definitivo vendrá con Cristo al
fin, pero ya está presente aquí precisamente con la presencia de aquellos que
son de él. El estado que es provisional castiga al que hace lo malo (Romano
13:4). El ciudadano del Reino de Dios no devuelve mal por mal (Romanos 12:17).
Esto, por ejemplo, unido a todos los deberes éticos, personales y sociales que
el Nuevo Testamento enseña, es una señal de que hay un Reino diferente que
viene. Los que esperan ese Reino lo demuestran con su conducta. El creyente no
espera establecer el Reino de Dios, espera la manifestación final de ese Reino
que ya es una realidad. Precisamente por eso su conducta es tan diferente, tan
"revolucionaria".
El cristiano debe participar en lo
social y político para tener una influencia en el mundo, no con la esperanza de
hacer de este un paraíso sino simplemente para hacerlo más tolerable. No para
disminuir la oposición entre este mundo y el Reino de Dios, sino simplemente
para modificar la oposición entre el desorden de este mundo y el orden de
preservación que Dios desea para él. No para "traer" el Reino de
Dios, sino para que el Evangelio pueda ser proclamado, para que todos los
hombres oigan realmente las buenas nuevas".19
4. Escatología y apertura al
futuro. La esperanza de la
Iglesia no está puesta en ningún reino u orden de cosas
temporal, ni siquiera en aquel que los cristianos contribuyan a establecer y
mejorar. Por eso la Iglesia
no encadena su destino al destino de un sistema político, social o económico.
No hay un sistema social al que se pueda llamar "cristiano" o
considerar la expresión del cristianismo. Los sistemas son mayor o menormente
adecuados a las diferentes realidades y funcionan de acuerdo a las
circunstancias y a la historia y estructura de cada país. Nosotros no creemos, como
algunos católicos, que la vuelta al sistema corporativo de la Edad Media sería lo
ideal para América Latina. Tampoco creemos que la forma evangélica de organizar
la sociedad sea el capitalismo y la llamada democracia representativa. América
Latina está atravesando un momento de crisis y revaloración de los ideales
democráticos liberales. Estamos sintiendo el peso del abuso de los países ricos
en el mercado internacional de nuestros productos. Vemos cómo nuestras escasas
divisas se gastan en una ridícula carrera armamentista que simplemente sigue
los avatares de la guerra fría internacional. Es ya lugar común el fracaso de la Alianza para el Progreso y
el deterioro de las relaciones interamericanas. Todo el poder de los gobiernos
militares no consigue impedir la presión popular capitalizada por el terrorismo
organizado. ¿A qué aspecto del status quo o del pasado puede apegarse el
evangélico que reflexiona sobre lo político y quiere hacer una contribución?
Ser conservador, ¿de qué? Ser revolucionario, ¿hacia qué?
El autor quiere expresar aquí su
opinión de que los evangélicos latinoamericanos están mejor capacitados que
nadie para juzgar con objetividad nuestro presente político, si toman
conciencia de las consecuencias de su fe. Sin apegarse idolátricamente ni al
conservadorismo ni a cualquier revolución, puede el cristiano contribuir a
determinar con claridad lo que hace falta cambiar y lo que hay que conservar.
Porque América Latina debe buscar su propio camino con realismo y dignidad.
También la presencia evangélica en
tareas de servicio efectivo puede servir de correctivo a la verborragia y a la
demagogia de la política latinoamericana. Los evangélicos debieran explorar las
posibilidades de su presencia en proyectos como los de cooperación popular,
movilización de estudiantes hacia el servicio en el campo, servicio de trabajo
voluntario en áreas de emergencia, organización de cooperativas y similares que
varios de nuestros gobiernos están iniciando. ¿Qué mejor posibilidad de
evangelización que la convivencia en el servicio?
Porque su servicio es obediencia a
Dios, porque en su vida de servicio tiene el auxilio del Espíritu Santo, y
porque espera gozoso el Reino de Dios en su manifestación final, sin temor al
futuro dentro de estas estructuras provisionales, el evangélico puede colaborar
con entusiasmo en las tareas para mejorar su país, y allí, en medio de los
hombres anunciar al Señor que lo ha salvado. La otra alternativa es que los
evangélicos se limiten simplemente a predicar una religión diferente a la
oficial. Hay millones de latinoamericanos que todavía no han conocido ni el
amor ni el poder transformador de Cristo. En estas tierras nunca ha habido una
mayoría de cristianos. La indiferencia de unos y el abierto rechazo de otros
muestra que "podríamos decir que América Latina conoce demasiado bien las
debilidades de los cristianos pero ignora a Jesucristo".20 Permita Dios
que asumamos nuestras responsabilidades y que como resultado de este Congreso
millones de latinoamericanos dejen de ignorar a Jesucristo.
Conclusiones
Sinteticemos nuestra ponencia:
1. Por razones históricas el
descuido de los evangélicos en el estudio y realización de la responsabilidad
social de la Iglesia
es explicable pero no justificable. Nuevas situaciones en la Iglesia y en el mundo imponen
una toma de conciencia.
2. Para cumplir con la
responsabilidad social de la
Iglesia no es necesario ni el abandono de la evangelización
ni la adopción de una teología liberal o no evangélica. Se trata simplemente de
llevar nuestras creencias hasta sus últimas consecuencias.
3. El proceso de evangelización se
da en situaciones humanas concretas. Las estructuras sociales influyen sobre la Iglesia y sobre los
receptores del Evangelio. Si se desconoce esta realidad se desfigura el
Evangelio y se empobrece la vida cristiana.
4. Los evangélicos deben encontrar
la forma de encarnar su fe en la realidad latinoamericana, relacionando con
ésta su mensaje y la aplicación de ese mensaje. Sin encarnación no hay
evangelización real en sentido bíblico.
5. La falta de encarnación está
convirtiendo el Evangelio en una ideología de clase media que ni apela ni
comunica nada a vastos sectores de América Latina.
6. La orientación de la vida total
como vocación de servicio es un imperativo que resulta de la fe y la nueva vida
en Cristo. Obedecer a Cristo debe llevarnos a explorar las múltiples
oportunidades de servicio en la sociedad latinoamericana.
7. No toca a la Iglesia adoptar una misión
y un programa políticos. Pero el testimonio de servicio del creyente tiene indudables
dimensiones sociales y políticas. La concepción de nuestra responsabilidad como
servicio evitará caer en la "tentación católica" de dominar el poder
e imponer el Evangelio desde arriba.
8. La sociedad es más que la suma
de individuos. Los cambios sociales tan urgentes en América Latina vendrán por
el cambio de individuos y de estructuras. En ambos hay un desafío al testimonio
evangélico.
9. Los evangélicos no esperan
edificar el Reino de Dios sobre la tierra ni "cristianizar" la
sociedad, Su esperanza es escatológica, pero su servicio y testimonio es la
señal de esa esperanza y del Señorío de Cristo en sus vidas.
10. Los evangélicos respetan el Estado
y las estructuras dentro de las que viven, pero no temen al cambio ni ligan el
destino de la Iglesia
a la subsistencia de determinadas formas de organización social y política. Por
ello pueden tener una contribución decisiva en medio de la actual coyuntura
revolucionaria de América Latina.
Notas
1 No
es posible en el espacio disponible discutir el tema del "mundo"
contrastando la enseñanza bíblica con la desfiguración monástica. Un estudio de
1 Corintios 5:9-11, y una distinción de los diferentes sentidos que la palabra
"mundo" tiene en la
Escritura ayudarán mucho en este sentido.
2 Ver Carl F. H. Henry, Evangelical
Responsibility in Contemporary Theology, Eerdmans ,
Michigan , 1957. Puede verse también Samuel Escobar, ¿Somos
fundamentalistas?, en la revista Pensamiento Cristiano, Año XIII.
3 "The Church and Socialism" poor
Charles R. Erdman, en The Fundamentals, Vol. XII, Chicago, 1911, p. 118.
4 Ver,
por ejemplo, los testimonios reunidos por Jorge P. Howard en ¿Libertad
Religiosa en la América
Latina ?
5
Richard Alberoni, Métodos de Evangelismo Personal, versión castellana difundida
por la revista Pensamiento Cristiano, setiembre de 1967, y luego publicada como
folleto con el título Evangelizar y Vivir, Ed. Certeza, Buenos Aires, 1968. pp.
1-3. El autor en parte cita a Roland Allen.
6 Estas son las conclusiones de E. A. Judge The
Social Pattern of Christian Groups in the First Century, Tyndale Press,
Lenders, 1960.
7 Versión
castellana difundida por la revista Pensamiento Cristiano, marzo de 1967, pp.
67-68.
8 Ibid.,
p. 69
9
Eugenio A. Nidal, La estructura de la sociedad latinoamericana y la extensión del
Evangelio, artículo en Cuadernos Teológicos numero 38, abril de 1961, p. 137.
10 Dos
grupos protestantes no caerían dentro de esta descripción: los de inmigración
(luteranos, valdenses) en ciertas áreas, y los pentecostales es. No entraremos
en distinciones. Puede consultarse el vasto trabajo de investigación El refugio
de las masas, Christian Salive D´Epinay, Ed. del Pacífico, Santiago de Chile,
1968.
11 Víctor
Alba, Parásitos, Mitos y Sordomudos, CEDS, México 1964. El autor es
especialista en problemas políticos de América Latina.
12 Stott,
Opp. cit., p. 68
13 Phillipe
Maury discute lo que llama "tentación pietista" y "tentación
católica" en Cristianismo y política, Methopress, Buenos Aires, 1964, cap.
II.
14 Sobre
la obra de los abolicionistas evangélicos y en general la acción social
evangélica en el mundo británico, pueden verse dos valiosas obras: Saints and
Society, Earle E. Cairns, Moody Press, Chicago, 1960, y Evangelicals in Action,
Kathleen Heasman, Geoffrey Bless, Londres, 1962.
15 La
definición es propuesta por James P. Morgan en su articulo Why Christian Social
Concern?, Fuller Seminary Theology News and Notes, diciembre de 1967.
16
Artículo difundido por la revista Pensamiento Cristiano, número 59, septiembre
de 1968: Una apreciación apostólica del ministerio de Jesucristo por George B.
Duncan.
17
Conviene destacar aquí que el criterio de mundanalidad que se aplica a la
política no se aplica igualmente a los negocios, por ejemplo, en los cuales los
riesgos y la corrupción abundan también. Véase el interesante artículo Pillos
en el negocio... Santos en la iglesia, por W. E. Sangster, en el cual se dan
ilustraciones históricas de esta inconsecuencia, Pensamiento Cristiano número
42, junio de 1964.
18 Así
por ejemplo, un reciente libro sobre los orígenes del movimiento de los
Hermanos Libres (Plymouth Brethren), señala como algunos de sus precursores,
para actuar de acuerdo a su doctrina sobre la profecía y el mundo, se
deshicieron de sus fortunas. Esto fue practicado tanto por individuos como por
congregaciones enteras. Ver The Origins of the Brethren, Harold H. Rowdon,
Pickering and Inglis, Londres, 1967, pp. 802-806.
19 Jacques
Ellul, autor francés citado por C.F.H. Henry en Aspects of Christian Social
Ethics, Eerdmans, Michigan, 1964, p. 96.
20 La
frase pertenece al pastor Roberto E. Rios en La Novela y el Hombre
Hispanoamericano, La Aurora ,
Buenos Aires, 1969, p. 25. Sobre este mismo tema puede verse El Cristo de
Iberoamérica, revista Certeza número 33, p. 10 y ¿Ha pasado la hora del
Cristianismo?, revista Certeza número 35, pp. 72-77.
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